Ángeles Diez.- Hace unos días señalé que los medios de comunicación españoles
dejaban entrever dos escenarios posibles en Venezuela, uno era preparar
la justificación de la derrota, el otro, preparar un golpe de Estado. La
victoria de Maduro por un margen menor del esperado ha decantado el
tablero de guerra en la segunda dirección.
Hay que tener en cuenta que
este plan B de la oposición venezolana ha sido siempre el plan A de las
oligarquías y del imperio [1]
pero el carisma y el liderazgo del presidente Chávez, así como la
construcción de un proyecto de hegemonía popular, le hacían ganar las
elecciones con un margen suficiente como para que la estrategia del
golpe fuera arriesgada –la relación costes- beneficios era desfavorable
en una situación de guerra civil-; digamos que la correlación de fuerzas
estaba demasiado escorada hacia el proyecto bolivariano.
Después del fracaso del golpe de abril del 2002 y la huelga petrolera
contra el gobierno de Chávez la oposición, probablemente con el adecuado
asesoramiento externo, ha entendido que el “clásico” golpe
latinoamericano debía ser matizado, diversificado y adaptado a la
coyuntura. Conseguir un resultado ajustado ha formado parte de la
construcción de las condiciones preparatorias de un golpe de Estado con
posibilidades de triunfar. Para lograrlo el trabajo de las corporaciones
mediáticas es fundamental, no suficiente sin duda, pero imprescindible
en su tarea de bombardeo de conciencias y del sentido común. En un país
como Venezuela con el 80% de los medios en manos de la oposición
(aproximadamente un 70% de las audiencias) podemos decir que la
artillería disparaba en casa. Fuera de Venezuela las corporaciones
mediáticas, en general, comparten intereses con sus pares venezolanos o
tienen capital norteamericano. Durante años han cañoneado sobre la
credibilidad del proceso electoral, generando dudas, cuestionando al
CNE, alimentando rumores y temores y mintiendo abiertamente. Poco ha
importado que hasta la propia oposición recurriera al sistema electoral y
al CNE (que en Venezuela es un poder independiente del Estado) para
elegir como candidato de la oposición al propio Capriles, ni que haya
reconocido casi inmediatamente los resultados cuando las diferencias de
voto eran elevadas. Una sospecha se esparce y germina fácilmente
ocultando cualquier contradicción lógica. Los medios de comunicación se
ocupan de diseminar las sospechas y agregar las conciencias de los
ciudadanos en torno a un tema: el sistema electoral.
En el caso
de estas elecciones se ha trabajado profusamente en el cuestionamiento
del sistema electoral y las instrucciones, no podía ser de otro modo,
partieron del Departamento de Estado norteamericano. El 16 de marzo la
sub secretaria de Estados Unidos (EE.UU.), Roberta Jacobson, hizo unas
declaraciones públicas dudando de la transparencia y la seguridad del
sistema electoral venezolano e inmediatamente después el discurso de
Capriles adoptó la consigna [2] .
Los periodistas han lanzado sus proyectiles hacia ese objetivo a lo
largo de toda la campaña. En vez de contrastar las declaraciones de la
oposición, por ejemplo, con el informe de la Fundación Carter que afirma
que el sistema electoral venezolano es el más fiable y transparente,
por encima del de EEUU, “el mejor del mundo”, según palabras del propio
Jimmy Carter, o recurrir a los informes de los cientos de observadores y
acompañantes extranjeros (de todas las ideologías y partidos) [3]
que en cada votación han declarado sobre la fiabilidad y limpieza del
sistema; los periodistas han reproducido sin parar las consignas de la
oposición.
El no reconocimiento de los resultados estaba ya
anunciado en caso de que el margen no fuera muy amplio. De hecho los
medios de comunicación españoles cubrieron la acción de 40 estudiantes y
recogían en el titular las declaraciones de ellos “Esperamos que
Capriles esté a la altura y no reconozca los resultados si hay fraude” [4] ;
lo mismo debió de decirle el departamento de Estado cuyo portavoz,
Patrick Ventrell, se ha negado a reconocer la victoria de Maduro,
respaldando de ese modo la vía desestabilizadora y permitiendo ganar
tiempo a la estrategia golpista.
Otra de las condiciones
necesarias para el golpe ha sido ganar en la correlación de fuerzas,
conseguir el suficiente apoyo popular, aunque no se ganaran las
elecciones, como para que, dentro y fuera de Venezuela, los conflictos
fueran vistos por la opinión pública como “inevitables”. El trabajo más
sistemático se ha hecho en este campo. Incluso cuando el presidente
Chávez ganaba ampliamente los medios no dejaban de repetir que Venezuela
estaba dividida en dos mitades, que el presidente crispaba al país etc.
Esta construcción siempre se ha matizado asignando a los seguidores
chavistas la etiqueta de provocadores, extremistas, etc. mientras que
los seguidores de Capriles han sido presentados como pacíficas víctimas
que sufrían injustamente el abuso de poder del Estado. Ganar en la
correlación de fuerzas ha permitido además la operación de marketig que
le da a Capriles un aire popular del que carece –tanto por extracción
social como por recursos-. La victoria reducida de Maduro [5]
y la toma del poder, tal y como corresponde según las leyes
venezolanas, han permitido recrear la imagen de extremismo que pudiera
“justificar” a ojos de la opinión pública internacional los conflictos
provocados por la oposición. Aquí los medios han trabajado sobre la idea
de “pacto” homologando al chavismo a los partidos occiendentales en los
que al no haber ideologías o proyectos antagónicos, todo se puede
pactar y negociar. Aunque no se ganaran las elecciones si se conseguía
suficiente apoyo popular se podía exigir al gobierno que pactara con la
oposición. La opinión pública fácilmente cae en la trampa de parecerle
lógico y de sentido común que si no hay diferencias grandes de votos se
debería pactar, no cae en la cuenta de que se trata de dos proyectos
antagónicos, uno de hegemonía popular otro de hegemonía de las élites
–aunque se presente con un discurso populista-. Negarse a pactar se
presenta como una intransigencia que alimenta el estereotipo de
autoritarismo para que sirva como argumento justificador de un golpe.
Sin lugar a dudas la petición de recuento total de votos es la
principal arma a favor del golpe de estado. En primer lugar porque para
la opinión pública internacional, incluida la progresista, resulta
razonable una petición de ese tipo. Nuestra lógica básica funciona de la
siguiente forma: si los resultados han sido tan ajustados y habiendo
dudas sobre fraude no debe haber inconveniente en que se haga el
recuento total, de esa forma se garantizaría la paz y se evitarían los
disturbios en las calles. En segundo lugar no debería ser un problema
esperar a asumir el poder hasta que se puedan confirmar los resultados.
Sin embargo, todo esto que parece tan razonable, puesto el contexto
venezolano es una trampa. Ni el CNE puede aceptar el recuento total del
voto ni Maduro puede demorar su toma de posesión. Si el CNE acepta el
recuento total de votos está aceptando que el sistema electoral
venezolano (totalmente automatizado, con 14 auditorías en todo el
proceso y con el 54% de las mesas auditadas) no es fiable, que cabría la
posibilidad de algún tipo de fraude. Todo el sistema electoral es la
garantía de la soberanía popular en Venezuela y no emite resultados
provisionales o encuestas, cuando emite los resultados es porque el
recuento realizado ya hace irreversibles resultados de modo que
cuestionar estos resultados significa cuestionar todo el sistema
incluida la independencia del CNE. Cualquier irregularidad detectada,
como en cualquier país que conozcamos, ha de ser dirimida en los
tribunales, cosa que no ha hecho la oposición venezolana que ni siquiera
ha formalizado su denuncia de fraude ni las reclamaciones. Por otro
lado, el elegido presidente Maduro no puede dejar de asumir la
presidencia pues implícitamente asumiría que el resultado no está claro y
contribuiría a alimentar las dudas y la inestabilidad del país.
El objetivo de la oposición al no reconocer los resultados y pedir el
recuento total no es “ganar las elecciones” sino ganar tiempo para la
estrategia golpista. Se trata de abrir un periodo de incertidumbre para
que las corporaciones mediáticas y los grupos de choque de la oposición
hagan su trabajo desestabilizador. De hecho apenas medió tiempo entre la
emisión de los resultados y los atentados de “seguidores de Capriles” a
sedes del PSUV, ataques a los ambulatorios atendidos por cubanos,
disturbios en las calles etc. Se habla ya de 7 muertos y 61 heridos y la
oposición ha hecho varios llamados a la desobediencia civil. La
oposición venezolana no parece estar dispuesta a tomar el poder por las
urnas de modo que trata por todos los medios de que el nuevo gobierno no
se consolide. Los medios de comunicación en España así como el gobierno
han cerrado filas alrededor de la oposición venezolana y despliegan
toda la artillería. El ministro Margallo habla de un malentendido cuando
pidió el recuento de los votos y de la interinidad de Maduro,
probablemente las inversiones españolas en Venezuela le han llevado a
matizar sus declaraciones; pero los medios, mucho más implicados con la
estrategia golpista han repiqueteado las ideas de limbo y vacío de
poder.
En estos momentos el recuento total es la consigna que
trata de invertir la correlación de fuerzas y los resultados
electorales, se trata de hacer aceptable lo que no lo es. Los medios
consiguen que el ganador de las elecciones sea el cuestionado, que los
defensores de la legalidad vigente aparezcan como transgresores y que la
violencia golpista se presente como expresión de la voluntad popular.
Se lanzan los cuerpos de choque que pondrán en marcha una espiral de
violencia y después la movilización de masas. Estos grupos violentos
utilizarán la provocación (atentados, violencia callejera, etc.), si no
obtienen respuesta aumentarán el nivel de provocación y si los chavistas
responden estarán justificados en sus ataques (se estarán defendiendo)
Por otro lado, estos grupos no pueden quedar aislados por eso hay que
sacar a las masas a la calle de modo que no se pueda distinguir entre
estos grupos y la gente normal, de ahí el llamado de Capriles a una
marcha popular hacia Caracas. “El pueblo en la calle” servirá de
justificación a los medios y a muchos intelectuales y académicos para
dar la razón a la oposición.
La historia de América Latina es
recurrente en la forma en que las élites se han perpetuado en el poder, o
se ganan las elecciones o se toma el poder por fuera. Chávez y la
Revolución bolivariana han torcido el brazo del imperio y sus socios
durante demasiado tiempo y el virus se ha ido extendiendo a otros países
latinoamericanos. Parece pues que, contrariamente a lo que afirman
algunos medios, ni la oposición venezolana ni el imperio saben esperar.
Ángeles Diez, Doctora en Cc. Políticas y Sociología, profesora de la UCM
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