Jorge Saldaña [1] acuñó el término “televicracia” para expresar, según lo entiendo, la complejidad de una degeneración política en la que, bajo el capitalismo, las empresas concesionarias de espacios radioeléctricos, se transformaron en “poderes de facto”, organizados para poner (y quitar) gobiernos al antojo de negociados e intereses usureros.
Se trata de un “poder”, aberrante incluso para la democracia burguesa, poder que no emerge de los votos pero que, incluso, los influye. En palabras del propio Jorge Saldaña: “No es que la televisión no haga política… es que la televisión domina al núcleo del poder”… “Sistemática voluntad de dirigir a un pueblo por medio de la imagen y el sonido”… “Pretenden hacer consustancial el concepto de “mexicano” al concepto televisión”… “Para que creas que todo lo de México le pertenece a la televisión”… “La televisión ha pretendido construir, en México, un pueblo al servicio del poder”. La “televicracia”, en muy poco tiempo, se convirtió en bastión estratégico para la ideología de la clase dominante. Hizo metástasis y hoy es un problema se seguridad nacional e internacional.
En el concepto “televicracia”, Jorge Saldaña sintetiza algunas de las más odiosas calamidades ocurridas en México por el encumbramiento ilegítimo de los monopolios mediáticos como “Agente destructor de capacidades para tolerar la corrupción.” Saldaña responsabiliza a la “televicracia” incluso por el “El rezago educativo en México debido en gran parte a la TV…” Cuando Saldaña habla de “la televisión”, generaliza -no sin razón- la odiosa experiencia monopólica mexicana y alude al modelo mercantil de corte latifundista que, en México, reina mayormente bajo el nombre de Televisa, pero que no excluye a otros modelos, también oligarcas, imitadores, sucedáneos y concomitantes. Para Saldaña, la “televisión”, es decir ese modelo empresarial que padecemos - el que hemos conocido-, es fuente de muchos males terribles. Desde lo económico hasta lo cultural y lo ideológico. Y no se equivoca.
La “televicracia” es negación de la democracia en toda sus definiciones de clase... es una dictadura de la farándula. Bajo la democracia burguesa, es decir, bajo las condiciones objetivas de una sociedad dividida en clases, la idea de participación “igualitaria” en el acto de “elegir”, es una falacia. Bajo la democracia burguesa reina la propiedad privada de los medios de producción, la disputa electoral entre pandillas disfrazadas de “políticos” y una loza monstruosa de necesidades sociales manipuladas de mil maneras para extorsionar a los votantes. Sin el peso perverso de la “propiedad privada” la idea de democracia cambia radicalmente. Y más cambia si se la piensa como democracia socialista. La “televicracia” posee una estructura completa, y compleja, para garantizar y “prestigiar” el poder de las clases explotadoras. Produce ilusionismos a granel para invisibilizar la lucha de clases y suplantar la propia idea burguesa de “Gobierno” electo, haciendo uso, organizado y sistemático, de la violencia psicológica contra los pueblos.
La “televicracia” es una degeneración tolerada a fuerza de negociados… es la existencia de un solo tipo de régimen latifundista que anula todo el debate ideológico. “Televicracia” es un arma de guerra ideológica entrenada para reducir, vulgarizar, farandulizar y banalizar todos los pensamientos no rentables, surjan donde surjan, fija posición e impone sus estereotipos ideológicos. LA “televicracia” habita en esas zonas de la impunidad comercial desde donde avanza y hacia donde vuelve para asegurarle al “orden” económico, social y político capitalista un control férreo sobre las conciencias de los pueblos. Comenzando por criminaliza todas sus luchas emancipadoras y hacer negocio de la criminalización.
La “televicracia” no es sólo un concepto o una categoría que sintetiza, brillantemente, un problema inmenso y una lista de aberraciones ideológicas, es un neologismo y es un frente de lucha que nos exige, a todos, compromiso y participación concreta. El Gobierno de la Televisión, o “televicracia”, se asienta en un territorio de legalidad porosa y de la ilegalidad franca. Su legitimidad política es su carácter aberrante. Las concesiones o permisos que los gobiernos expiden en favor de las empresas de televisión, no “legalizan” el poder descomunal que han desbordado y deben ser suprimidas inmediatamente. La influencia del empresariado televisivo impacta la educación, la cultura, el mercado y la estructura de los valores políticos predominantes en una época. Y peor aun, la “televicracia” se ha vuelto partidos políticos embozados, dispuestos a destruir toda expresión de democracia verdadera y eso incluye auspiciar y aplaudir, voluntariosos, golpes de estado, des estabilizaciones y magnicidios. Patentes y latentes. Lo hemos visto.
Fuente original: http://universidaddelafilosofia.blogspot.com.ar/
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