Mark Vorpahl.- A menudo los trabajadores y desempleados estadounidenses oyen decir
que las elecciones presidenciales en curso son de las más importantes en
la historia de este país. En medio de índices elevados y continuados de
desempleo y subempleo, reducción salarial e inminentes recortes masivos
de los programas sociales que benefician a los trabajadores (como
Medicare, Medicaid y la Seguridad Social), nos encontramos en una
situación particularmente grave en la trayectoria de este país.
Sin
embargo, los programas que defienden ambos candidatos presidenciales y
los partidos que representan son los mismos que han perpetuado los
efectos devastadores de la Gran Recesión para los trabajadores. Estas
políticas han beneficiado a Wall Street, a los bancos, a las grandes
multinacionales y a los ricos, mientras que para los trabajadores solo
han supuesto mayores sacrificios.
Las elecciones presidenciales
estadounidenses no enfrentan a dos visiones diferentes sobre la
dirección del país. Lo que tenemos, más bien, es una lucha táctica entre
políticos representantes de las grandes empresas sobre la manera más
efectiva de vender los proyectos de estas corporaciones al público y
continuar la guerra de clases unidireccional contra los trabajadores. En
estas elecciones no está en liza ningún cambio de las reglas de juego;
muy por el contrario, son una muestra del dominio que ejerce el 1% sobre
el sistema político y económico. Se pide a los votantes de la clase
trabajadora que escojan su propio veneno, una decisión que, como es
lógico, despierta poco entusiasmo en ellos.
¡Qué contraste tan
enorme con las elecciones presidenciales en Venezuela! Los votantes
venezolanos también han escuchado en numerosas ocasiones que el
resultado de la contienda entre el Presidente Chávez y su rival,
Henrique Capriles, sería crucial para la historia de su país, pero ellos
sentían esa disyuntiva en carne propia y por propia experiencia.
Durante
décadas, Venezuela ha estado dominada por un sistema bipartidista que
ofrecía la ilusión de poder decidir, aunque los programas de ambos
partidos estuvieran dirigidos por los intereses de una reducida élite
oligárquica que expoliaba toda la riqueza creada por los trabajadores.
Pero dicho sistema no podía mantenerse por siempre. En 1989, el
levantamiento popular por razones económicas conocido como "el Caracazo"
se saldó con la muerte de miles de descontentos pero sirvió para
consolidar las organizaciones de base que propiciarían la triunfal
elección de Chávez en 1998 y el final de las reglas del juego
imperantes. En lugar de trabajar desde el interior de la maquinaria
política, Chávez se enfrentó a ambos partidos y a los oligarcas que les
sostenían y aprovechó el apoyo de los movimientos populares de
Venezuela.
Desde entonces se ha desarrollado una lucha constante.
Por un lado, el 1% del país ha intentado derrocar, vencer y sabotear a
Chávez. Por el otro, la masiva resistencia activa del pueblo se ha
opuesto a que las cosas volvieran a ser como antes de 1998. En este
proceso se ha remarcado la línea entre clases y Chávez ha ido aumentando
progresivamente su apoyo a las iniciativas de los trabajadores y los
pobres para organizar su propio poder sobre el que sustentar la
dirección del país. Capriles, en el otro extremo, representa a la élite
económica que pretende retomar el control político.
¿Cuáles han
sido los resultados de este proceso en comparación con lo que ocurre en
Estados Unidos? En la Venezuela de Chávez, se ha dado marcha atrás a la
privatización del sector petrolero y cuando algunas grandes compañías se
han visto incapaces o poco dispuestas a cumplir con las necesidades
sociales, el gobierno se ha hecho cargo de ellas en beneficio del
pueblo. Por el contrario, cuando la codicia de Wall Street hundió a
Estados Unidos en una crisis económica, se inyectaron billones de
dólares de los contribuyentes al sector bancario en forma de fianzas y
préstamos mientras se permitía que los trabajadores sufrieran las
consecuencias.
Según estudios de la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL) dependiente la ONU, Venezuela se
sitúa en el primer lugar de una lista de doce países latinoamericanos en
cuanto a reducción de las desigualdades internas.
Por el
contrario, según la Oficina de Presupuesto del Congreso de EE.UU. (CBO),
entre 2003 y 2005 la transferencia de riqueza del 95% al 5% más rico
ascendió a 400.000 millones de dólares antes de impuestos, lo que
corresponde a una aportación de 3.360 dólares de cada unidad familiar
del 95%. Aunque hubo un descenso de la desigualdad tras la quiebra del
mercado bursátil provocada por el agotamiento de la cartera de valores,
poco después la tendencia hacia la desigualdad volvió a acelerarse.
Desde 2010, el 1% más poderoso ha acaparado el 93% de los beneficios
económicos.
Cuando Chávez asumió el cargo por primera vez, el
desempleo en el país era del 16,1%. Hoy se ha reducido hasta el 6,5%
(1); además, el salario mínimo y las aportaciones en alimentos son de
los más altos de la región. Estados Unidos, por el contrario, tiene 23
millones de personas desempleadas o subempleadas y el salario mínimo ha
caído muy por debajo del coste de la vida.
En Venezuela, la
pobreza extrema ha disminuido del 21% en 1999 al 6,9% actual (2). En
Estados Unidos, la tendencia es exactamente la opuesta. Según la Oficina
del Censo, el año pasado otros 2,6 millones de estadounidenses cayeron
por debajo de la línea de pobreza, sumándose a los 46,2 millones que ya
lo estaban. Estas cifras suponen el mayor número de ciudadanos viviendo
en la pobreza desde que la Oficina del Censo comenzó a registrar dicho
dato hace 52 años.
Millones de familias estadounidenses han sido
arrojadas a las calles debido al gran número de desahucios
inmobiliarios. En Venezuela no existen los desahucios. En realidad, el
dinero que solía ir a parar a los bolsillos de la minoría acaudalada se
utiliza ahora para construir cientos de miles de viviendas dignas para
quienes las necesitan.
Según la mayoría de los indicadores,
incluyendo los de educación y sanidad, la dirección que llevan Venezuela
y Estados Unidos no puede ser más divergente en relación con la manera
en que se benefician de los programas gubernamentales las fuerzas
sociales, los empresarios superricos o la inmensa mayoría compuesta
principalmente de trabajadores.
Esta diferencia no procede
fundamentalmente del carácter de Chávez y Obama, sino de que en
Venezuela las organizaciones de trabajadores y comunitarias han asumido
el liderazgo político mediante una incesante actividad organizativa de
masas en defensa de su propio interés. Chávez ha apoyado sus esfuerzos y
ha abierto las puertas a su desarrollo redirigiendo la riqueza de la
economía del país para dar mayor poder a la inmensa mayoría de la nación
y apartarla de los bolsillos del 1% más rico.
La diferencia de
prioridades se ve también reflejada en la manera en que se realizan las
campañas electorales en ambos países. El pasado 5 de octubre, por
ejemplo, hasta tres millones de entusiastas partidarios de Chávez
tomaron las calles de Caracas en vísperas de las elecciones del domingo.
Esta gran asistencia se consiguió, en gran parte, gracias al trabajo
realizado en los barrios, lugares de trabajo y locales sindicales y
comunitarios, utilizados por los organizadores para trasmitir, de
persona a persona, la necesidad de conseguir el mayor número posible de
participantes en el acto. Según parece, los barrios populares de las
colinas densamente pobladas que rodean Caracas se iban vaciando a medida
que los participantes bajaban a la movilización. Y ése no fue el único
de los actos multitudinarios que tuvieron lugar a lo largo de todo el
país a medida que se acercaba el día de la elección. Es de señalar que
las concentraciones en apoyo a Capriles contaron con una pequeña
fracción de los participantes que desafiaron el calor tropical y los
chaparrones para apoyar al presidente Chávez.
En Estados Unidos,
es impensable que Obama o Romney consigan reunir el número de personas
que se concentraron en apoyo a Chávez. Normalmente, apenas unos miles de
personas acuden a escuchar sus discursos y la mayor parte de la gente
se muestra pasiva y distanciada de la campaña, pues siente que su nivel
de vida desciende con independencia del partido político que ocupe el
poder. La mayor parte de los recursos de la campaña proceden de las
grandes sumas de dinero destinadas a la compra de publicidad y no de los
vínculos comunitarios.
Mientras que en Estados Unidos las
elecciones presidenciales son lo mismo de siempre, en Venezuela marcan
un hito trascendental pues deciden si el país continuará su proceso
hacia el "Socialismo del siglo XXI" o dará marcha atrás. Es decir, lo
que está en juego es si Venezuela completará la transición que permita
que los sistemas político y económico estén controlados por los
trabajadores en beneficio de la sociedad en su conjunto, o si la
oligarquía obtendrá ventaja, desmantelará las organizaciones
comunitarias en funcionamiento (probablemente mediante el empleo de
fuerza física), devolverá las empresas nacionalizadas a sus dueños
originales y dirigirá la economía en beneficio de unos pocos
capitalistas.
Lo cierto es que Venezuela sigue siendo un país
capitalista. La vieja guardia reaccionaria de la oligarquía sigue
controlando las riendas de la economía, aunque los movimientos populares
han conseguido adueñarse de una parte importante con la ayuda de Chávez
y numerosas nacionalizaciones de la industria. Una clase u otra se
impondrá en esta lucha. Mientras el proceso revolucionario en Venezuela
se mantenga a mitad de camino, el cumplimiento de sus promesas seguirá
siendo incierto. De cualquier modo, incluso con el peor de los
resultados, las ganancias conseguidas no podrán ser fácilmente
eliminadas y su ejemplo proporcionará grandes lecciones para el futuro.
A
pesar de todas sus imperfecciones, y tiene muchas, el proceso
revolucionario en Venezuela es un rayo de luz para las luchas de los
trabajadores a escala internacional. Cuando Estados Unidos y Europa
están recortando gastos en programas sociales que benefician a los
trabajadores en nombre de la austeridad y resulta difícil, si no
imposible, conseguir buenos empleos, el proceso revolucionario
venezolano muestra que existen alternativas a este camino destinado a la
ruina.
La forma en que cada nación encuentre su alternativa será
distinta, en función de sus circunstancias particulares. No obstante, el
proceso estará marcado por el cumplimiento de requisitos claros. El
primero es un movimiento social unido, dirigido por los trabajadores e
independiente de los políticos capitalistas. Si esto no existiera, en
Venezuela no habría un Chávez, ni sería un potencial ejemplo del
Socialismo del siglo XXI ni de ninguna de las reformas acometidas bajo
su presidencia.
En Estados Unidos, ese movimiento social
independiente que pueda activar y unir a la mayoría aún está por
desarrollarse, aunque se han producido importantes tentativas al
respecto, como "Occupy Wall Street". Por lo tanto, la maquinaria
política y sus programas empresariales siguen en las manos de nuestra
propia oligarquía, tal y como lo demuestran las actuales elecciones
presidenciales. Se trata, no obstante, de un episodio pasajero, mientras
nuestra élite continúa asentando las bases para la inevitable revuelta
del pueblo.
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