La república de Colombia ha sido sacudida en los últimos días por un
crimen atroz de características particularmente abominables contra una
joven madre que luchaba honradamente por superarse y ganarse la vida.
Rosa Elvira Cely |
Además de la feria y la felicidad de los noticieros de radio y
televisión que ante todo y por sobre todo encontraron una buena
telenovela, porno novela, morbo novela que les da sintonía y aumenta la
ya cautiva con su impúdica explotación del crimen, la miseria y todo lo
malo que pareciera subyacer en el alma colombiana. Además de todo eso
repito, los medios aprovecharon –fieles guardianes del establecimiento
que son-, para enfilar la indignada conciencia nacional hacia un solo y
único objetivo: el criminal.
Y claro, abundaron las palabras y
los epítetos, todos justos, es justo decirlo. El más común, Monstruo.
Sí. Quien profanó y torturó las carnes de la noble y buena Rosa Elvira
Cely, no podía ser menos. Sólo que….
Sólo que la exagerada
difusión mediática y el unánime y unidimensional señalamiento del
asesino como El Monstruo, esconden una intencionalidad menos piadosa que
la solidaridad con la víctima y la de interpretar el dolor y el repudio
nacional por el crimen. Hay en ello la manipulación de la sociedad para
que como en una especie de catarsis, desfogue sus iras y frustraciones
frente a un estado de cosas infames, en el desgraciado ser que loco o
no, cometió el crimen.
Entonces, una sociedad enferma mil veces
enferma de todos los males morales sociales y políticos. Una sociedad
-un Estado hay que decirlo desde ya-, que permite, posibilita o es
indolente frente al asesinato por centenares de sus niños. A que sus
niñas se prostituyan desde la infancia. A que sus adolescentes por
cientos y con impunidad garantizada ejerzan como asesinos a sueldo y
cuyas autoridades depositarias exclusivas del uso legítimo de la fuerza
cometan en todos los ámbitos, en todas las épocas y en todas las
circunstancias los más abominables delitos de lesa humanidad. Una
sociedad así, un Estado tal hay que decirlo desde ya, requieren que uno
de sus aparatos ideológicos de dominación, los medios de comunicación,
dirijan las fuerzas del repudio, de la indignación y la ira colectiva
por las injurias de la maldad, hacia una persona, cualquiera.
Cualquiera que no sea esa sociedad ni ese Estado. Entonces, no es el
oficial que viola una humilde niña campesina y luego la degüella bien
degollada para que no cuente y de paso también a sus hermanitos por ser
testigos. Este militar no es el malo, sino que el malo es Pablo Escobar
veinte años después de muerto, porque aquí no hay otro mal que él,
porque las grandes carnicerías donde se picaba a machete o se cortaban
cuerpos con motosierra, no eran poderes paraestatales mil veces
estatales, sino que era el Patrón del Mal, no importa que lleve veinte
años muerto y que los crímenes se sigan sucediendo por miles, sin pausa y
con prisa. A pesar de que nos dijeron, muerto Escobar, alcanzada la
paz.
Y todos hablan del Monstruo, el verdugo de Rosa Elvira y
cosa singular. Monstruosidades de esas muchas, muchísimas, casi todos
los días nos atrevemos a decir. Y, sin embargo, cosa curiosa, que forma
selectiva de juzgar al victimario, de desaparecer la notica, de
camuflarla entre canutillos y pasarelas y según quien sea el homicida
y/o violador, pasa a ser apenas un presunto responsable, escasamente un
supuesto autor, y el crimen ya no es tal ni muchísimo menos, sino un
inicuo “confusos hechos que sin materia de investigación” donde un NN
perdió la vida.
Qué bueno sería que esas miradas, esas cámaras y
esas voces tan incisivamente acusadoras y señaladoras del Monstruo,
miraran al vientre que lo incubó. No solamente esa madre y ese padre
quizás maltratadores que le marcaron el alma con la impronta del
asesino, sino ese otro, ese regazo que lo meció al son de los clamores y
el llanto de las víctimas de la injusticia, la persecución y la miseria
auspiciadas por un régimen que no puede después censurar ningún delito,
porque todos los ha cometido.
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