sábado, 29 de mayo de 2010

Adios con Dolor Mayor a Rafael Uzcategui. (Manolo Silva)




“El hombre sólo es rico en hipocresía.
En sus diez mil disfraces para engañar confía.”
Antonio Machado.

“La cara es el espejo del alma y los ojos sus delatores.”
Cicerón.


De los primeros en el título, que despedimos hoy en el idioma de su preferencia, no tuve nunca la menor duda de esa crónica de un salto de talanquera anunciada. Si en realidad “la cara es el espejo del alma”, estos señores reflejan su imagen a la perfección, nunca una frase cuadra tan exacta en los rostros de unos personajes que pareciera que salieron de una comedia bufa. Diría mi padre cuando observa algunos de estos personajes pontificar en la cloaca del canal de La Florida: “Con esa cara no se puede ser decente”.

Unos reclamando siempre cuotas de poder que, por la forma de hacerlo, parecen más bien empleados de una empresa a quienes no les han cancelado sus prestaciones sociales. Otros que han llegado a creer que son una suerte de salvadores de la patria porque alguna vez en la vida se tomaron una Coca Cola a temperatura de ambiente y expulsaron un eructo que, según su autor, salvó la República de las garras del imperialismo.

Unos que creen que el pueblo es pendejo y mantienen la creencia de que gritando durísimo e hilvanando cuatro frases aprendidas en el “Manual del perfecto adeco”, se puede tapar la cantidad de trapacerías cometidas a lo largo de toda una vida de negociados y corruptelas amparados en una supuesta militancia revolucionaria que sólo ha servido para imponer diputados, alcaldes, gobernadores, magistrados y demás bichos de uña y, junto a ellos, vociferar y hacer el mayor estruendo que se pueda hacer en el Congreso con siete diputados. Otros que al mejor estilo del spaghetti western sin que se les caiga el sombrero, a la hora de repartir coñazos no se andan con chiquitas, y cual Bud Spencer se convierten en el azote de algún alcalde disidente.

Además los hay histriónicos, lloran a mandíbula batiente y hasta moco les sale al jurarle lealtad al amigo de toda la vida; como si fuera poco, los trisolean e inmediatamente pasan a jugar el triste papel de aquel Iscariote de cuyo nombre no me acuerdo.

Confieso que existe un no sé qué en estos tipos que hace que uno perciba el rumbo que van a tomar tarde o temprano; es aquí donde la cara está relacionada profundamente con la manera de comportarse. El problema no es de ahora, han sido así toda la vida, lo que les hacía falta era la oportunidad y al aparecer en escena… la aprovecharon muy bien.

Donde me quedo mudo es con “el Negro”, con mi amigo Rafael Uzcategui; aquí no me sale nada, sólo un mar de confusiones en mi yo interior, probado revolucionario, excelente amigo, humilde e incorruptible. Al verlo en Globovisión diciendo lo que dijo me deja perplejo, y no me queda más que decirle: ADIÓS CON DOLOR MAYOR.

Manuel Silva G.

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