martes, 28 de octubre de 2014

Para recordar a un abuelo. Por Domingo Medina

Al abuelo Manolo

Del abuelo a la abuela  Elena
Dicen que cuando uno se hace muy mayor regresa nuevamente a los primeros años de su vida. Se supone que es por eso que vuelven todos los recuerdos de la infancia y la primera juventud. Yo no tengo tan claro que así sea. Me parece más bien que cuando uno presiente el final o cree que puede estar próximo, uno comienza a pensar en la manera en la que quiere que lo recuerden. Pero ya tendré tiempo para averiguarlo por mi mismo…

Como las otras cosas maravillosas –ya innumerables- que me ha traído el encuentro con Maruxa en esta vida, también al abuelo lo conocí gracias a esa coincidencia. Hace ya más de nueve años de eso. Lo primero que recuerdo es que tanto a él como a la abuela Elena les dije abuelo y abuela desde la primera vez. No hubo manera de que les llamara Don Manolo o Doña Elena. Yo que sólo conocí a mi abuela materna –mi siempre querida abuela Mereja- inmediatamente me sentí como su nieto; me gusta creer que también ellos así lo sintieron.
La abuela Elena partió hace ya algunos años. El mismo en que nació Valeria. Así, ese 2008 festejamos y disfrutamos la llegada de Valeria y lloramos la partida de la abuela. No se nos ocurrió pensar en ello entonces, pero la coincidencia de esa llegada y esa partida -¿metáfora de nuestro paso por este mundo?- pudo significar una conexión entre bisabuela y bisnieta que no podíamos ni siquiera intuir. ¿Cuánto de la abuela Elena hay en Valeria? Sólo Maruxa y quienes de verdad llegaron a conocer a la abuela podrán decirlo.

Hoy el abuelo Manolo pasa por una situación muy delicada. No quiero que se entienda que estoy dando esta batalla por perdida y que estoy despidiendo al abuelo. No soy –ni me gustaría ser- quien dictamina el tiempo de hombres y mujeres en este planeta. Esa batalla es del abuelo y sólo él sabrá hasta dónde luchar, si es tiempo de vencer una vez más o de rendir las armas. Si es esto último, sé que sabrá hacerlo con la dignidad que siempre llevó sobre sus hombros. Si sigue venciendo, seguiremos llenándonos de recuerdos y de historias para contar a sus nietas.

Yo lo recordaré siempre como creo que él quiere que lo recuerden. Un muchacho de un pueblo de la costa de Galicia que correteaba feliz y orgulloso por sus playas. Un muchacho de un pueblo pesquero que sin embargo se dejó embrujar y prefirió las letras. Allí están sus poemas para atestiguarlo. Un muchacho rebelde que estudió en convento franciscano, para salir comunista y ateo. Un muchacho que llegada la hora no tuvo miedo y le dijo sí a lo nuevo, a lo desconocido. Un muchacho que se embarcó en miles de aventuras. Una de ellas lo trajo a esta tierra de gracia. Todo un océano no fue suficiente para vencer el amor por su pueblo y por su familia. Un amor que hoy perdura en Maruxa, en Roura y en Valeria.

“Bueno Domingo, ¿y qué?”, me preguntabas siempre. Aquí, abuelo, listo para seguir escuchando tus cuentos, como antes escuché los de Mereja.
Unos cuentos y unos recuerdos que nos reivindican con la vida.

Como en aquél lejano día de hace más de medio siglo cuando llegaste a Venezuela, dejemos que el destino siga haciendo su trabajo.

2 comentarios:

RIODERRADEIRO dijo...


Entre quienes frecuentaron su trato siempre será recordado como una persona afable, amena, exigente consigo, suave en las formas, firme en los compromisos. Todo un clásico; porque estaba construido, según los cánones, de una sola pieza y obedecía al modelo más humano, que, a la vez, es el más humanistico. Se ha ido. Nos deja. Le había llegado su hora. Contra lo inexorable no cabe resistirse. ¿Qué podemos hacer en el momento triste? Decirle este sentido adiós, que, a nuestro pesar, es un simple hasta luego. Nuestro abrazo lo tiene ahora, y para siempre.

RIODERRADEIRO dijo...



Manuel Silva Fernández

Soledades.


Soledad que me corroe,
soledad que tengo dentro.
Llevadme a mi casa blanca.
Ponedme en medio del pueblo.
Llevadme a mi puerta parda,
bajo el tejado bermejo.
Dadme fresco en el verano,



dadme cobijo en invierno.
Arda leña en mi cocina
como anticipo del sueño
y entre un credo y un rosario
caiga afuera un aguacero.
Quiero la luna rielando
entre el Son y Corrubedo,
quiero la nube que tapa
a Montelouro en invierno.
Dadme suradas lluviosas,
dadme los nordestes secos,
dadme el sol de los veranos,
dadme los fríos de Enero.
Dame, Dios, mi hermosa tierra,
dame, Dios, mi viejo techo,
dame mi piedra de lar,
la tertulia con mis viejos
y el "boas noites" de ley

cuando nos invade el sueño.
Pongan en mi acera gris
una losa como asiento.
Que yo, sentado en la losa,
repasaré mis recuerdos.
Vengan, pues, amigos todos,
vengan jóvenes y viejos.
Acudan para abrazarme
mis queridos compañeros.
Compañeros de la vida,
de la escuela y los rueiros.
¡Cómo no querer lo mio!,
¡cómo no querer lo nuestro!,
si lo que el pueblo me dio,
es lo que tengo de bueno.

"¡COMPANEROS DEL ALMA!, ¡COMPAÑEROS!"

(Manuel da Roura)

Nota: El último verso se lo pedí prestado a Miguel Hernández. Yo lo pongo en mayúsculas.