Al abuelo Manolo
Del abuelo a la abuela Elena |
Dicen que cuando uno se hace muy mayor regresa nuevamente a los primeros
años de su vida. Se supone que es por eso que vuelven todos los recuerdos de la
infancia y la primera juventud. Yo no tengo tan claro que así sea. Me parece más
bien que cuando uno presiente el final o cree que puede estar próximo, uno
comienza a pensar en la manera en la que quiere que lo recuerden. Pero ya tendré
tiempo para averiguarlo por mi mismo…
Como las otras cosas maravillosas –ya innumerables- que me ha traído el
encuentro con Maruxa en esta vida, también al abuelo lo conocí gracias a esa
coincidencia. Hace ya más de nueve años de eso. Lo primero que recuerdo es que
tanto a él como a la abuela Elena les dije abuelo y abuela desde la primera
vez. No hubo manera de que les llamara Don Manolo o Doña Elena. Yo que sólo
conocí a mi abuela materna –mi siempre querida abuela Mereja- inmediatamente me
sentí como su nieto; me gusta creer que también ellos así lo sintieron.
Hoy el abuelo Manolo pasa por una situación muy delicada. No quiero que se
entienda que estoy dando esta batalla por perdida y que estoy despidiendo al abuelo.
No soy –ni me gustaría ser- quien dictamina el tiempo de hombres y mujeres en
este planeta. Esa batalla es del abuelo y sólo él sabrá hasta dónde luchar, si
es tiempo de vencer una vez más o de rendir las armas. Si es esto último, sé que
sabrá hacerlo con la dignidad que siempre llevó sobre sus hombros. Si sigue
venciendo, seguiremos llenándonos de recuerdos y de historias para contar a sus
nietas.
Yo lo recordaré siempre como creo que él quiere que lo recuerden. Un muchacho
de un pueblo de la costa de Galicia que correteaba feliz y orgulloso por sus
playas. Un muchacho de un pueblo pesquero que sin embargo se dejó embrujar y
prefirió las letras. Allí están sus poemas para atestiguarlo. Un muchacho
rebelde que estudió en convento franciscano, para salir comunista y ateo. Un muchacho
que llegada la hora no tuvo miedo y le dijo sí a lo nuevo, a lo desconocido. Un
muchacho que se embarcó en miles de aventuras. Una de ellas lo trajo a esta
tierra de gracia. Todo un océano no fue suficiente para vencer el amor por su
pueblo y por su familia. Un amor que hoy perdura en Maruxa, en Roura y en Valeria.
“Bueno Domingo, ¿y qué?”, me preguntabas siempre. Aquí, abuelo, listo para
seguir escuchando tus cuentos, como antes escuché los de Mereja.
Unos cuentos y unos recuerdos que nos reivindican con la vida.
Como en aquél lejano día de hace más de medio siglo cuando llegaste a
Venezuela, dejemos que el destino siga haciendo su trabajo.
2 comentarios:
Entre quienes frecuentaron su trato siempre será recordado como una persona afable, amena, exigente consigo, suave en las formas, firme en los compromisos. Todo un clásico; porque estaba construido, según los cánones, de una sola pieza y obedecía al modelo más humano, que, a la vez, es el más humanistico. Se ha ido. Nos deja. Le había llegado su hora. Contra lo inexorable no cabe resistirse. ¿Qué podemos hacer en el momento triste? Decirle este sentido adiós, que, a nuestro pesar, es un simple hasta luego. Nuestro abrazo lo tiene ahora, y para siempre.
Manuel Silva Fernández
Soledades.
Soledad que me corroe,
soledad que tengo dentro.
Llevadme a mi casa blanca.
Ponedme en medio del pueblo.
Llevadme a mi puerta parda,
bajo el tejado bermejo.
Dadme fresco en el verano,
dadme cobijo en invierno.
Arda leña en mi cocina
como anticipo del sueño
y entre un credo y un rosario
caiga afuera un aguacero.
Quiero la luna rielando
entre el Son y Corrubedo,
quiero la nube que tapa
a Montelouro en invierno.
Dadme suradas lluviosas,
dadme los nordestes secos,
dadme el sol de los veranos,
dadme los fríos de Enero.
Dame, Dios, mi hermosa tierra,
dame, Dios, mi viejo techo,
dame mi piedra de lar,
la tertulia con mis viejos
y el "boas noites" de ley
cuando nos invade el sueño.
Pongan en mi acera gris
una losa como asiento.
Que yo, sentado en la losa,
repasaré mis recuerdos.
Vengan, pues, amigos todos,
vengan jóvenes y viejos.
Acudan para abrazarme
mis queridos compañeros.
Compañeros de la vida,
de la escuela y los rueiros.
¡Cómo no querer lo mio!,
¡cómo no querer lo nuestro!,
si lo que el pueblo me dio,
es lo que tengo de bueno.
"¡COMPANEROS DEL ALMA!, ¡COMPAÑEROS!"
(Manuel da Roura)
Nota: El último verso se lo pedí prestado a Miguel Hernández. Yo lo pongo en mayúsculas.
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