¿Hay que crear algún Eslogan para hablar (mal) del Eslogan?
Aunque lo diga pobremente, dice el diccionario (RAE) con todos sus “derechos
reservados”: “Fórmula breve y original,
utilizada para publicidad, propaganda política, etc.” En un arrebato de sensatez
algún movimiento mundial en defensa de la salud mental, decretará la abolición “per sécula seculórum” de la institución
ideológica burguesa llamada “Eslogan”. Pondrá fin, así, a una de las fuentes más
irritantes de miseria intelectual, vaciedad conceptual y banalidad serial.
Terminará, para dicha de la posteridad, con la manía frenética, típicamente pequeñoburguesa, de rebuscar en sus vocabularios
paupérrimos hasta encontrar un eslogan idóneo “para cada ocasión”. No
derramaremos ni una lágrima.
Algunos de los más conspicuos defensores del “eslogan”,
agazapados entre frases de bolsillo e inteligencia de supermercadistas, lo reverencian
como si se tratase de un “hallazgo” filosófico en el que con pocas palabras se
dicen “grandes verdades”. Y, mientras mascullan sus cerebrales argumentaciones,
un tufo de orientalismo rancio, mal
digerido, les sale de las silabas que arrastran entre estercoleros teóricos y manías
fonéticas puestas de moda por la “ciencia publicística” que es una especie de
nueva religión de la mercancía y de sus apóstoles mercenarios. Y “no salen sin
ella”.
No faltan los “señoritos” y “señoritas” que rumian,
con orgullo, en las ganaderías académicas de moda, su pienso “científico”, y costoso.
Maceran con saliva erudita su culto
solemne a la inutilidad de las vanidades escolásticas, rigurosamente de
espaldas a la realidad económica y política mundial donde reina el capitalismo
más aberrante y la asonada más brutal que la historia a conocido contra los
seres humanos esclavizados por la lógica de la mercancía, las armas y los mass media, entre otras calamidades.
Desde los altares ideológicos de la mercancía
descienden los coros de genios de la “publicidad”,
o de la “propaganda”, serviles al ripio y a la estulticia. Pueblan los mercados
con su moral modelo “caballo de Troya” de donde desembarcan todas las falacias y trapacerías
necesarias para tratar de resolverle al capitalismo sus crisis de sobre-producción.
Operan febrilmente, aquí o allá, manoseando a diestra y siniestra lo que se
cruce para inyectarle ideológicamente a los pueblos el virus del consumismo. No
importa el tamaño de la afrenta a cambio de negocios, ganancias y plusvalía.
Hay ejércitos de muchachos (y muchachas) serviles, dispuestos a dar la vida por
un eslogan que venda, que venda mucho, y que sea recordado por muchas
generaciones. De ese grado es la perversión del mercantilismo.
Del “eslogan” los mercachifles esperan la fuerza mágica de la palabra que crea “identidad”,
que crea “fidelidad” y que crea combatividad para la guerra del consumo en la
que los sectores de la burguesía se asesinan entre sí para alcanzar el preciado
triunfo del monopolio. Es decir para fijar los precios a su atojo. Cualquier frase
que dé emblema, símbolo y sustancia a esa cruzada criminal, es decir, que haga in-visible
el espíritu del capitalismo inyectado en cada mercancía, y le dé artes de seducción
al producto, será pagado a precio de oro. En eso se empeñan las agencias de
publicidad y los laboratorios de guerra psicológica burgueses. Mientras tanto
los pueblos se defienden de todo ese arsenal y sus máquinas de guerra ideológica.
Frase por frase.
Algunos fundamentalistas del eslogan quisieran
convencernos de que todo en la “mente” es eslogan. Sueñan con hacernos creer
que la historia misma de la Filosofía, con sus “máximas” y sus axiomas, de
oriente a occidente, son fuentes para el reino del eslogan y que debemos
rendirle pleitesía como si se tratara de un logro intelectual de la humanidad.
Pero el entusiasmo de los mercachifles, serviles a la ideología de la clase dominante,
sucumbe bajo el peso descomunal de su estulticia y de su servidumbre a la lógica
de la mercancía. Ese anhelo del pensamiento burgués, de que toda idea desemboque
en una frase capaz de fetichizar al “producto”,
aunque tenga miles de adeptos, no es sino una degradación progresiva y perversa.
En pocas palabras, el cachondeo de mediocridades auto-complacientes
de quienes se sienten “genios” porque inventan frases “pegadoras”, “marquetineras”,
“pegajosas” o “vendedoras”… no tiene por qué convertirse en dogma ni en moda.
No importa si las disfrazan con palabrería erudita o con payasadas de publicitas.
No importa si manosean cifras y mapas… la verdad es que sólo se trata de una
arremetida ideológica que la burguesía inventó para obligarnos a comprar y reverenciar
sus baratijas y que ha logrado esclavizar a muchos (incluso con su voluntad)
para que anden por el mundo infestando e infectando la vida de los pueblos con
basura de comerciantes mercenarios. Aunque ellos repitan y repitan sus evangelios
mercantiles, aunque enciendan parafernalias de todo género, auque digan lo que
digan… no van a derrotarnos con su saliva de mentecatos. Está en marcha la
Batalla de las Ideas, especialmente contra la palabrería burguesa.
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