El
Consejo de Seguridad de la ONU se reunió poco después del atentado del
18 de julio, que decapitó el alto mando de las fuerzas de seguridad
sirias. Cierto es que las dos sesiones posteriores se centraron en los
proyectos de resolución de los occidentales y de Rusia sobre la
situación en Siria.
Sin embargo, el Consejo de Seguridad estaba en el
deber de condenar el principio mismo de la acción terrorista, como
siempre lo hace en tales circunstancias. Lo usual es la adopción unánime
de una declaración que es leída posteriormente por el presidente de
turno del Consejo de Seguridad, en este caso el colombiano Néstor
Osorio. La cortesía exige que los miembros del Consejo presenten además
sus condolencias al Estado miembro afectado.
Esta vez, sin embargo, el Consejo de Seguridad de la ONU se mantuvo
silencioso. Los occidentales se negaron a respetar, en el caso de Siria,
uno de los principios básicos de las relaciones internacionales, que es
la condena del terrorismo. Peor aún, en sus respectivas declaraciones,
los dirigentes alemanes, británicos, estadounidenses y franceses
condenaron… a las víctimas, les atribuyeron la responsabilidad por la
violencia de la que fueron objeto y llegaron incluso a reafirmar su
apoyo a los perpetradores el atentado. Yendo todavía más lejos, los
medios de prensa occidentales se esforzaron por ensuciar la memoria de
las víctimas, como si la muerte misma no bastara para saciar su sed de
sangre siria.
Nadie duda que el terrorismo en Siria es fruto de las órdenes de la
OTAN y del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), pero hasta ahora todo
se hacía dentro de la más perfecta hipocresía. Al no poder bombardear y
arrasar el país debido al doble veto ruso y chino, los occidentales y
sus socios árabes lo hacían sangrar, en espera de desencadenar el ataque
de sus mercenarios. Se produjo entonces el episodio del 12 de febrero,
la exhortación de Ayman al-Zawahiri a desatar la yihad. Y resultó
que la OTAN, el CCG y al-Qaeda de hecho perseguían el mismo objetivo.
Sin embargo, según se afirmaba entonces desde Bruselas, las
declaraciones de al-Zawahiri sólo lo comprometen a él mismo, ni siquiera
vale la pena comentarlas, y la OTAN no revisará sus posiciones en
función de esas fatwas. Ya en aquel momento, ese razonamiento no
resultaba convincente porque esquivaba la cuestión de los objetivos que
persiguen, por un lado, los autoproclamados campeones de la democracia
y, por el otro, el campeón del islamismo, pero al menos guardaba las
apariencias. Ahora es diferente. Los occidentales asumen sus vínculos
con los terroristas.
El giro se produjo durante la 3ª conferencia de los “Amigos” del
pueblo sirio, en París, el pasado 6 de julio. El presidente francés
Francois Hollande reservó un lugar un lugar de honor a individuos a los
que hasta entonces se les había pagado su sueldo en secreto, pero
poniendo mucho cuidado en negar la existencia de vínculos con ellos. O
sea, el presidente francés promovió varios criminales de guerra a la
categoría de héroes, sin que ello suscitase la menor objeción entre sus
asociados extranjeros.
Sin esperar a que alguien se le ocurra quizás invitar a al—Qaeda a la
próxima conferencia de los “Amigos” del pueblo sirio, el ministro ruso
de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, expresó su sorpresa ante ese
comportamiento: “Significa que [los occidentales] seguirán apoyando ese tipo de ataques terroristas hasta que el Consejo de Seguridad haga lo que [ellos] exigen. Es una posición aterradora.” Seguidamente agregó: “No sabemos cómo debemos tomar esto.”
En efecto, más allá de la cuestión moral, ¿qué significa ese cambio
de doctrina? A lo largo de una década, los occidentales se presentaron
como los campeones de la "guerra contra el terrorismo”. Hoy en día, sin embargo, proclaman su respaldo a grupos terroristas.
Numerosos autores, entre ellos estrategas estadounidenses como Zbignew Brzezinski, han subrayado que la noción misma de “guerra contra el terrorismo” es un concepto absurdo. Se puede luchar contra los terroristas, no contra su estrategia. Como quiera que sea, ese eslogan de marketing presentaba la doble ventaja de poner a algunos Estados del lado del Bien y de justificar así su “guerra sin fin” contra los demás.
El terrorismo es un método de combate asimétrico al que siempre se
recurre por defecto. Permite debilitar al adversario, pero resulta
insuficiente para obtener la victoria militar y siempre conduce a una
derrota política. También priva por largo tiempo a quien lo ejerce de la
autoridad moral necesaria para ejercer el poder. El terrorismo es un
método inmoral al que, por lo tanto, se recurre únicamente cuando se
está en situación de inferioridad, no con la intención de sacar ventaja
sino para ganar tiempo, en espera de tener la capacidad necesaria para
librar un combate convencional.
Esto último explica la inquietud de Serguei Lavrov. ¿Están los
occidentales reconociendo a la vez su propia inmoralidad y su propia
impotencia? ¿Qué esconde ese comportamiento? ¿Habrá alcanzado su
decadencia una fase mucho más avanzada de lo que creemos?
Cada cual ha comprendido perfectamente que la crisis siria no es, o
ha dejado de ser, un enfrentamiento interno sino la resultante de un
reajuste en la correlación mundial de fuerzas. Washington trata de
proseguir el rediseño del Medio Oriente ampliado y de cambiar la
ecuación militar regional. Moscú pone su autoridad en tela de juicio y
trata de instaurar un Nuevo Orden Internacional, basado en el derecho
internacional y el multilateralismo. Siria es la zona donde los nuevos
bloques topan entre sí.
La geofísica nos enseña que la tectónica de las placas provoca
terremotos. Y la geopolítica tiene también sus propios terremotos. Los
publicistas del supuesto Ejército “Sirio Libre” se equivocaron al
escoger esa imagen. Los dos bloques están chocando en Siria, pero es la
placa occidental la que ha comenzado a deslizarse bajo la placa
euroasiática y está desapareciendo, no lo contrario.
Serguei Lavrov mira a Washington como a un enfermo que esté llegando al fin de sus días. Consciente de que “los imperios no mueren en sus camas”, Lavrov trata de calmar al “imperio estadounidense”
para evitar que le dé un ataque de locura, mientras que lo conduce
amablemente hacia el cementerio. Vigila prudentemente el estado del
paciente. ¿Será la apología del terrorismo el síntoma de un futuro
ataque de demencia o de una anemia irreversible?
Thierry Meyssan
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