Gustavo Robreño.- El desarrollo de las más recientes y cada
vez más multimillonarias campañas electorales, -tanto parciales y
estaduales como presidenciales,- en Estados Unidos, ha permitido
observar el ascenso del “factor israelí” como elemento convertido ya en
decisivo y de influencia definitiva, al punto que muchos consideran que
los resultados de las elecciones estadounidenses, en buena medida, se
deciden en Israel: el estado sionista se ha apoderado de esos comicios.
No les falta razón a los que así opinan,
pues los años transcurridos a partir de la creación del Estado de
Israel y de todas las circunstancias posteriores vividas, muestran con
creciente evidencia cómo el poderío económico judío radicado en Estados
Unidos, junto al control de los principales consorcios mediáticos del
país, juega un papel central en la política norteamericana y sirve sobre
todo como fuente insustituible de financiamiento, a cambio de
irrenunciable comprometimiento.
El papel del llamado “lobby judío” se ha
acrecentado vertiginosamente en los últimos años, en particular desde
que la Corte Suprema de Justicia liberó absolutamente las contribuciones
económicas a las campañas electorales, que siempre existieron pero eran
manejadas con cierta discreción y límites, con apego siquiera formal a
las regulaciones existentes.
Como era de esperarse, llegó el momento
en que esas limitaciones volaron en pedazos para dar rienda suelta cual
nunca antes al poder del dinero en los desprestigiados procesos
electorales estadounidenses, -desde el diminuto condado hasta la gran
nación,- y proliferaron así los llamados Comités de Acción Política y
los Super Comités de Acción Política, que canalizan los millonarios
fondos a las candidaturas.
Curiosamente, buena parte de esos fondos
van a parar a los bolsillos de grandes consorcios mediáticos, que se
han convertido en los máximos beneficiarios de estas campañas y son, a
su vez, propiedad de capitales judíos ligados a las finanzas, la banca y
los armamentos.
Se percibe que el Estado de Israel, sus
capitalistas, banqueros y políticos de diversas tendencias y partidos
están presentes y son notablemente influyentes de las más diversas
formas en los carnavales electorales estadounidenses, donde el tema de
la ayuda generosa y la protección a Israel es insoslayable por
cualquiera de los candidatos que quiera verse con posibilidades de
vencedor, desde sheriff hasta presidente.
Un mínimo descuido o vacilación con
respecto al tema Israel puede ser fatal y costar no solo la pérdida de
la elección sino el destierro definitivo de la vida política. Ello
explica situaciones como la ocurrida en estos días, cuando el candidato
Romney viajaba presuroso a encontrarse con su viejo compañero de
estudios Benjamín Netanyahu y se esforzaba por mostrarse como “el
candidato de Israel”, mientras simultáneamente el candidato Obama, en su
carácter de presidente en ejercicio, firmaba otra ayuda de 70 millones
de dólares a Tel Aviv para desarrollo técnico-militar; todo sucedió el
mismo día.
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