Roberto Curi Hallal./ Por muy lentamente que os parezca que pasan las horas, os
parecerán cortas si pensáis que nunca más han de volver a pasar. Aldous
Huxley. Fraternalmente invadían mis cajones, desnudando mis posibilidades de
elección en cuanto a medias y calzoncillos. También desaparecían
mágicamente mis hojas de afeitar, y yo sabía que eran ellos, porque
alguna que otra herida denunciaba la inhabilidad de quien las usa hace
poco tiempo.
Sus pijamas se quedaron cortos y ellos duplicaron sus porciones de
comida al mismo ritmo que yo disminuía las mías, pero en sus
conversaciones aún no trascendía el colesterol o el ácido úrico.
El teléfono ya no me pertenecía con tanta exclusividad, y lo peor es
que me inyectaban la vida sin preguntarme si estaba preparado para ese
exceso de oxígeno.
Ellos no saben de mis piernas cansadas cuando me invitan a jugar al
fútbol. No me imaginan más su héroe. Usan y abusan del «sí» y se
decepcionan fácilmente con el «no». Son permanentemente pasión y
prejuicio, amor y concepto, violentos y secos, duros como pocos.
Casi nunca piensan en mí, en mis necesidades y deseos, mientras lucho
contra esa culpa atávica y constante que ni el psicoanálisis resuelve:
deudor de una cuenta «paga al día», desconcertado, me cobro por mi
paternalismo y me equivoco cuando tengo que ser ley. Por eso desconocen
mi temor a decir «No».
Mis hijos no me piensan defensor de la adolescencia: por haberla
tenido fui ingenuo, transparente y demasiado sincero para una estructura
social organizada en el entorno de la comodidad, en el «No es conmigo
ni con los míos», o «Enfermos son los hijos de los otros».
Para sentirlos hombre o mujer tengo que, por lo menos, restaurar en
mí la pasión, la solidaridad y la capacidad de asombro: precio caro y
sincero para convivir con algo que constituye su esencia.
Pero creo en la historia vivida y en el amor como condiciones que
predisponen al entendimiento, y animo a aquellos que como hijos no
tuvieron un modelo aceptable para que permitan por lo menos a los suyos
una construcción propia, con las diferencias que cada generación tiene
con respecto a la anterior.
Como pueden ser
Con frecuencia los hijos se nos parecen y eso nos satisface, pero
después solo nos enseñan las diferencias. Más allá del enfrentamiento
hombre-mujer, libre-libertino, padre-madre, ellos se imponen como
sujetos. No como los esperábamos, sino como pueden ser.
No dosifican sus satisfacciones, pero aprovechan en cinco años lo que
necesité distribuir en 45. Ellos son transparentes donde me oculto,
incautos denunciantes de lo que pienso y no digo.
Quiero decirles, de corazón abierto, que sigo aprendiendo. Creo con
Aldous Huxley que la experiencia no es aquello que nos sucedió, sino lo
que haremos con eso. La vida pasa de prisa y la memoria es como una
sombra que nos acompaña todo el tiempo, pero solo la percibimos cuando
nos falta.
Familia: ideales articulados y reales enseñados. ¡Cuántas en una
sola! La que evita la muerte y la del recién nacido; la que vive como
cuerpo diplomático y la del cuerpo de bomberos —una administrando las
discordias, la otra apagando el fuego de las pasiones—; unas con planes y
expectativas, otras con historias silenciadas.
Dos familias me constituyen, sobrepuestas en el tiempo presente: en
una fui hijo, y en la otra soy padre. ¿De cuál esperan relatos y
revelaciones?
El final puede ser distinto, pero el guión es el mismo: Cuando está
presente el adolescente, él sabe ser el mayordomo. Duerme tarde,
despierta tarde, no estudia, no obedece, no dice «Sí», se niega a
aceptar lo que le es impuesto…
Y nosotros, los honestos responsables por el gobierno de la familia,
les ofrecemos una escuela rica y útil disciplinándolos a la obediencia
civil. Gratos, felices y fieles, cuidamos de nuestros viejos, renegamos
de nuestra historia personal y les exigimos lo que no cumplimos.
Es necesario mostrarles lo humano que somos: incompletos e
insatisfechos como tales, pero capaces de aceptar la humildad de los
límites contándoles nuestras dudas. Que nos sepan solidarios en la dura
lucha para vivir, cada uno en la suya y ambos en la misma.
Familias antropológicas, sociales, psicoanalíticas, teatrales,
románticas, perversas, modelos, ejemplares y sagradas. Es un menú de
varias opciones. Que cada cual elija… ¿Estaremos todos preparados para
escuchar y entender? Ese es nuestro desafío más grande: recibirlas en
toda su dimensión.
1 comentario:
Excelente...
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