sábado, 16 de junio de 2012

Oficio de padre

Roberto Curi Hallal./ Por muy lentamente que os parezca que pasan las horas, os parecerán cortas si pensáis que nunca más han de volver a pasar. Aldous Huxley. Fraternalmente invadían mis cajones, desnudando mis posibilidades de elección en cuanto a medias y calzoncillos. También desaparecían mágicamente mis hojas de afeitar, y yo sabía que eran ellos, porque alguna que otra herida denunciaba la inhabilidad de quien las usa hace poco tiempo.

Sus pijamas se quedaron cortos y ellos duplicaron sus porciones de comida al mismo ritmo que yo disminuía las mías, pero en sus conversaciones aún no trascendía el colesterol o el ácido úrico.
El teléfono ya no me pertenecía con tanta exclusividad, y lo peor es que me inyectaban la vida sin preguntarme si estaba preparado para ese exceso de oxígeno.
Ellos no saben de mis piernas cansadas cuando me invitan a jugar al fútbol. No me imaginan más su héroe. Usan y abusan del «sí» y se decepcionan fácilmente con el «no». Son permanentemente pasión y prejuicio, amor y concepto, violentos y secos, duros como pocos.
Casi nunca piensan en mí, en mis necesidades y deseos, mientras lucho contra esa culpa atávica y constante que ni el psicoanálisis resuelve: deudor de una cuenta «paga al día», desconcertado, me cobro por mi paternalismo y me equivoco cuando tengo que ser ley. Por eso desconocen mi temor a decir «No».
Mis hijos no me piensan defensor de la adolescencia: por haberla tenido fui ingenuo, transparente y demasiado sincero para una estructura social organizada en el entorno de la comodidad, en el «No es conmigo ni con los míos», o «Enfermos son los hijos de los otros».
Para sentirlos hombre o mujer tengo que, por lo menos, restaurar en mí la pasión, la solidaridad y la capacidad de asombro: precio caro y sincero para convivir con algo que constituye su esencia.
Pero creo en la historia vivida y en el amor como condiciones que predisponen al entendimiento, y animo a aquellos que como hijos no tuvieron un modelo aceptable para que permitan por lo menos a los suyos una construcción propia, con las diferencias que cada generación tiene con respecto a la anterior.

Como pueden ser

Con frecuencia los hijos se nos parecen y eso nos satisface, pero después solo nos enseñan las diferencias. Más allá del enfrentamiento hombre-mujer, libre-libertino, padre-madre, ellos se imponen como sujetos. No como los esperábamos, sino como pueden ser.
No dosifican sus satisfacciones, pero aprovechan en cinco años lo que necesité distribuir en 45. Ellos son transparentes donde me oculto, incautos denunciantes de lo que pienso y no digo.
Quiero decirles, de corazón abierto, que sigo aprendiendo. Creo con Aldous Huxley que la experiencia no es aquello que nos sucedió, sino lo que haremos con eso. La vida pasa de prisa y la memoria es como una sombra que nos acompaña todo el tiempo, pero solo la percibimos cuando nos falta.
Familia: ideales articulados y reales enseñados. ¡Cuántas en una sola! La que evita la muerte y la del recién nacido; la que vive como cuerpo diplomático y la del cuerpo de bomberos —una administrando las discordias, la otra apagando el fuego de las pasiones—; unas con planes y expectativas, otras con historias silenciadas.
Dos familias me constituyen, sobrepuestas en el tiempo presente: en una fui hijo, y en la otra soy padre. ¿De cuál esperan relatos y revelaciones?
El final puede ser distinto, pero el guión es el mismo: Cuando está presente el adolescente, él sabe ser el mayordomo. Duerme tarde, despierta tarde, no estudia, no obedece, no dice «Sí», se niega a aceptar lo que le es impuesto…
Y nosotros, los honestos responsables por el gobierno de la familia, les ofrecemos una escuela rica y útil disciplinándolos a la obediencia civil. Gratos, felices y fieles, cuidamos de nuestros viejos, renegamos de nuestra historia personal y les exigimos lo que no cumplimos.
Es necesario mostrarles lo humano que somos: incompletos e insatisfechos como tales, pero capaces de aceptar la humildad de los límites contándoles nuestras dudas. Que nos sepan solidarios en la dura lucha para vivir, cada uno en la suya y ambos en la misma.
Familias antropológicas, sociales, psicoanalíticas, teatrales, románticas, perversas, modelos, ejemplares y sagradas. Es un menú de varias opciones. Que cada cual elija… ¿Estaremos todos preparados para escuchar y entender? Ese es nuestro desafío más grande: recibirlas en toda su dimensión.

1 comentario:

Lenin Peña dijo...

Excelente...