ALFREDO JALIFE-RAHME| Desde la defenestración del sátrapa Hosni
Mubarak, hace 16 meses, la “revolución de las pirámides” ha sido
secuestrada por microgolpes de Estado que no se atreven a pronunciar su
nombre por la junta militar, la cual se ha enfrascado en una viciosa
cuan intensa lucha con los Hermanos Musulmanes –la nueva estrella
regional ascendente en todo el Medio Oriente desde Gaza, pasando por
Jordania, hasta Siria–, bajo la teatralidad de una democracia controlada.
La lucha por el poder entre la casta militar, otrora heroica, y los
civiles, de religiosidad omnímoda aglutinados por los omnipotentes
Hermanos Musulmanes y los salafistas (de lectura integrista coránica más
estricta), quedó definida a corto plazo, con tácita bendición de
Estados Unidos: los militares gobiernan y los Hermanos Musulmanes
reinan, en un equilibrio precario, pero aceptado por los actores en
juego, que quizá se irá acentuando y asentando en el sentido de la
“fórmula paquistaní”, otrora exitosa, de reparto de poder y delimitación
de sus esferas de influencia.
La narrativa “occidentaloide”, que flagela y desfigura a Medio
Oriente en su prisma subjetivo para sus primarias necesidades
geopolíticas de control regional, vende la idea de que el flamante
presidente civil adscrito a la cofradía de los Hermanos Musulmanes,
Mohamed Mursi –ingeniero formado en la Universidad de California, con
dos de sus cinco hijos de nacionalidad estadunidense–, constituye el
quinto presidente “republicano” desde la caída de la monarquía (con
cuatro previos de origen militar).
Mas allá de sus caracteríscas singulares, los cuatro anteriores
presidentes “republicanos” debieron su asunción presidencial a su
genealogía militar, cuando las elecciones eran un mero trámite.
En términos estrictos y una relativa elección competida, entre Ahmed
Shafik –representante del ancien régime, el general de aviación ex
primer ministro de Mubarak– y el candidato de los Hermanos Musulmanes,
se pudiera aducir que Mohamed Mursi representa el primer gobernante
civil libremente elegido desde hace 7 mil años en las tierras
faraónicas.
No es poca cosa, y quizá el Medio Oriente se encuentre ya en un punto
de inflexión histórico cuando las castas militares, con su séquito
pestilente de sus mukhabarat/istikhbarat (sus servicios secretos
torturadores con la anuencia farisea de Estados Unidos), sean obligadas a
ceder parte de su poder y/o a coexistir, al estilo quizá caduco de la
“fórmula paquistaní” (de equilibrio militar/civil hoy contaminado por un
tercer factor inesperado: el judicial), con la nueva estrella en el
firmamento geopolítico regional: los Hermanos Musulmanes, lo cual
conviene al “redireccionamiento” posmoderno de Estados Unidos y Gran
Bretaña (presunta creadora de la cofradía de los Hermanos Musulmanes
hace 84 años, si hacemos caso a las reseñas acuciosas de Thiery Meyssan,
director de Réseau Voltaire).
A juicio del analista Rami Khouri (The Daily Star, 23/6/12), en un
artículo muy severo –un tanto cuanto de corte prismático
occidentaloide–, lo que sucede en Siria y Egipto definirá a Medio
Oriente: “la característica política central del moderno mundo árabe
desde su creación después de la Segunda Guerra Mundial: la lucha entre
oficiales militares y políticos civiles por el control de las
instituciones de gobierno”.
Christain Merville, de Le Point (26/6/12), después de reseñar la
forma “accidentada” en la que accede al poder Mohamed Mursi, coloca en
relieve la voluntad de “acomodamiento” del flamante presidente islámico
con el ejército, pese al ostentoso cuan estruendoso golpe de Estado una
semana antes, que disolvió al Parlamento recientemente elegido donde
goza(ba) de mayoría el binomio religioso Hermanos Musulmanes/salafistas.
El mariscal Hussein Tantawi, mandamás de la junta militar, se dio el
lujo de exhibir un mínimo de decoro democrático al felicitar al
presuntamente raptado y triunfador en las urnas, aunque en forma
extrañamente apretada, lo cual provocó el júbilo pirotécnico de los
fieles congregados en la legendaria plaza Tahrir, donde fueron relegados
al ostracismo los “otros civiles”, de corte más laico (v. gr.
Movimiento 6 de Abril), quienes iniciaron la revolución hoy doblemente
secuestrada tanto por la junta militar como por los Hermanos Musulmanes,
quienes, a juicio de la revista francesa, concretaron acuerdos
subrepticios “por lo menos en la forma, si no en el fondo”.
¿Padecen los Hermanos Musulmanes el “síndrome de Estocolmo” frente a sus victimarios militares?
Si los redireccionamientos geopolíticos son inequívocamente
unidireccionales (en beneficio de la “oculta” agenda geopolítica de
Estados Unidos), los acomodamientos domésticos serían múltiples y
variados cuando el original candidato multimillonario de los Hermanos
Musulmanes, Kheirat Al-Shater –muy cercano a Estados Unidos y quien fue
obligado a ceder su lugar a Mohamed Mursi por el equivalente y
ambivalente “IFE egipcio”–, pregona abiertamente el modelo neoliberal,
que no necesariamente embona con la ideología más solidaria y colectiva
de la cofradía, donde la caridad islámica juega un papel determinante.
Son tiempos de ajustes a los niveles local y regional.
Por constituir la mayor población del mundo árabe (alrededor de 25
por ciento) y su mejor ejército, lo sucedido en Egipto, dotado de una
privilegiada ubicación superestratégica, puede ser definitiorio para el
resto de la umma, la “comunidad de los creyentes”, que ve el segundo
ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes (antes vino Gaza con Hamas).
¿Cundirá el “efecto dominó” de gobiernos de los Hermanos Musulmanes en
Siria y Jordania/Cisjordania?
Los multimedia iraníes reportaron que Mohamed Mursi “reconsidera” la
firma del tratado de paz con Israel (muy impopular) y la reanudación de
relaciones con Irán para “crear un nuevo equilibrio estratégico” en
Medio Oriente, lo cual ha sido vigorosamente desmentido por el portavoz
del flamante presidente islámico sunita de Egipto. No suena ilógico,
pero mucho dependerá de la bidireccionalidad entablada entre la junta
militar (que depende de una ayuda sustancial anual de Estados Unidos) y
los Hermanos Musulmanes.
Naharnet (25/6/12), portal libanés de corte liberal, aduce que
Mohamed Mursi deberá cogobernar con el ejército: “goza de una
legitimidad electoral sin precedente” (nota: más aún si se agrega el
control del Parlamento disuelto por la junta y cuyo destino sigue en al
aire), pero “su liderazgo será acotado por los poderes atrincherados
(sic) de los militares”. Naharnet considera que esta situación –la fase
más importante de la transición– “podría llevar a periodos alternos de
compromiso y tensión entre los Hermanos Musulmanes y el ejército”.
En caso de ser real, el 48.2 por ciento que descolgó el general de
aviación y ex primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafik, exhibe que el
“ancien régime” no está liquidado y goza de un exquisito margen de
maniobra al atraer al segmento “laico” (whatever that means, en un
entorno respetablemente islámico) y, sobre todo, a la minoría agazapada
de los cristianos coptos (10 por ciento de la población y la más
numerosa de todo Medio Oriente).
Profiera lo que profiera la propaganda “occidentaloide”, los
cristianos del Medio Oriente –desde Irak, pasando por Siria/Líbano,
hasta Egipto– son y/o serán los grandes perdedores teológicos debido a
los juegos geopolíticos de los paganos hipermaterialistas del Atlántico
Norte, con travestismo “cristiano”, quienes empujan el ascenso islámico
para desestabilizar las importantes poblaciones musulmanas de sus
rivales del RIC (Rusia, India y China).
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