lunes, 13 de junio de 2011

Interesante debate de intelectuales. (Para aprender y entender) Veinte años no es nada. Por Hector Seijas

Volver, volver, volver…
A plena voz./Venezuela, como se sabe, es un país formado en su mayoría por personas jóvenes. Venimos, nosotros, quienes promediamos los cincuenta y los sesenta años, de soportar, cada uno a su manera, una gerontocracia podrida.  
Cuya momia más reciente acaba de fallecer. Me refiero a Rafael Caldera. Embalsamado en vida. Ejerció dos veces la función presidencial. La sustancia utilizada para su momificación resultó ser la gomina. Que le daba a su cabello un brillo espectral. Uno actuaba bajo el peso que esta gerontocracia imponía. Pensemos en tipos como Gonzalo Barrios. Un viejo afrancesado y perverso. O Rómulo Bethancourt. Raúl Leoni. Uno, desde chiquito, los vio viejos. Como si hubieran nacido viejos. La llamada generación del 28. De la cual, despotricaba el “Chino” Valera Mora. Había nacido vieja. Hija de una época vieja. Como lo fue la época de Gómez. Quien murió viejo en el poder. La última fase de la Cuarta República, que se inicia con el Pacto de Punto Fijo, la asume, en términos de poder, una elite, que, apenas pacta, se vuelve vieja. Quienes acababan de ser jóvenes y quienes habían molido a palos al viejo Leoncio Martínez. Ya eran viejos entonces. El retrato en familia nos permite apreciar una variedad de sujetos, prototipos de pro-hombres: doctores, empresarios, pero sobretodo doctores. Ser adeco o copeyano y tener una teta más o menos grande en la administración del Estado significaba lo mismo que doctor. Los mesoneros de los bares, de dos estrellas para arriba, lo sabían, y a cualquier huelefrito empaltosado lo llamaban doctor. El único que no fue doctor fue Carlos Andrés Pérez, porque siempre fue policía. El viejo Congreso de la República estaba atestado de viejos. Los más orondos, eran trasladados a la Cámara de Senadores. Algunos morían viejos en sus curules. Tirándose peos de frambuesa. Entre chasquidos. Como los cerdos en su chiquero. Era la época de la mierdocracia, cuya mierda -inmensa, descomunal- aún nos concierne; comandada por 32 momias, cuyos cables hicieron corto circuito y terminaron chamuscados. De acuerdo con la visión del poeta William Osuna. En cuanto a la Iglesia, sus representantes, ayer como hoy, eran más viejos que Matusalén. Como el cardenal Quintero, quien, al decir del “Chino”, tenía el cigüeñal roto. O Lebrún. Sara García con sotana. Hasta llegar a esa especie de tongololele ajustada a la teología light, me refiero al impostado Urosa Sabino. Quien, por cierto, tiene un programa los domingos en la tele, donde diserta sobre Dios y el Diablo, delante de un Cristo de serigrafía gay. A la prueba me remito. Un Cristo carne fresca. Per angosta vía. En este aspecto, compartían vinculaciones alternativas: Rómulo y Gonzalo. Al sol de hoy, la Iglesia en Venezuela la dirige una banda de viejos delincuentes. Algunos de estos cabecillas, como Mikel de Viana, arrugaron el 13 de abril y desaparecieron como los dinosaurios de la faz de la tierra. Ductores de las juventudes fascistas Manitasblancas. Surgidas de los laboratorios del Colegio San Ignacio de Loyola y la Universidad Católica. Entre otros laboratorios, donde se fabrican en serie estos frankenstein iracundos y gagos. Que se pelan el culo ante los ojos del mundo. Gagos mentales. En realidad, lo que reclaman no son derechos civiles sino libertad de consumo. No tienen idea de lo que es la ciudadanía. Hiperconsumidores de pacotillas virtuales. Desarraigados. Hijos de colonos de una o dos generaciones de por medio. Mejor dicho neocolonos enriquecidos. Nuevos ricos. Se creen protagonistas reality show. Incendian praderas. Defecan en el metro y como si fuera poco llaman monos a los que no son monos como ellos. Con el perdón de los monos. Estos seres son anomalía de la naturaleza. Se disputan la herencia de los medios de producción y las riendas institucionales. En el escenario de la lucha de clases. Hacen metástasis. Y en el ámbito de la política y la cultura y demás fuerzas vivas de la patria tierna, muchos juegan cuquimbol, tanto en la derecha como en la izquierda.
Comecandela
La candela que come es la misma candela que comen en los circos y las esquinas de los semáforos. Sus padres, de nombres Lenin o Ernesto, que no fueron a la guerrilla ni se jugaron el pellejo, les insuflaron el fervor revolucionario. De acuerdo con nuestras coordenadas históricas, corresponde a la tercera y cuarta generación del PRI, en México. El desprecio que manifiesta el Comecandela no excluye el desprecio hacia su propio padre. De modo que se trata, en la mayoría de los casos, de parricidas castrados. El Comecandela posee un cajón de sastre lleno de citas de Gramsci, Rosa Luxemburgo y otros. Cartas bajo la manga: sirven a cualquier ocasión. Para estos cocolisos, la revolución representa la oportunidad de sus vidas. Se burlan de generales y profesores. Se dan el lujo de raspar a Noam Chomsky y a Emir Sader. No leen a Borges, porque Borges es un escritor de derecha. Son censores. Buscan escuálidos donde no los hay. Apegados al refrán que reza: mono ve rabo ajeno pero no ve su rabo. Apuestan entre ellos a ver quién es más revolucionario. Y en eso se la pasan. Venden el alma por un cargo burocrático. Protagonistas de Pantalla de Plata. Usufructúan, de acuerdo con las apreciaciones del general Muller Rojas, el posibilismo. En otras palabras: es posible que sean cualquier cosa. Desde poetas hasta diputados. Sin descartar la posibilidad de algún ministerio. Son la personificación del arquetipo del puer. No escapan, a pesar de tan cacareadas militancias, de la maraña consumista e hiperconsumista. La revolución bolivariana tuvo su primera escuela de cuadros comecandela en la extinta Fundación Juventud y Cambio. Para estos disociados, la revolución es una manguangua. Y como no han pasado ni necesidad ni trabajo son incapaces de conocerse a sí mismos. Odian a los viejos, de treinta y cinco años para arriba, pues, los ven como contendores en la disputa por los puestos públicos, las jerarquías partidistas y los laureles de la cultura. ¿Y por qué son disociados? Porque para ellos no existe una relación entre la teoría y la práctica. Siguiendo la conseja de Marx: sin teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria. Para ellos es al revés: como no emprenden, en sus cotidianas y mezquinas existencias, ninguna práctica revolucionaria, ya que se trata de seres malasangrosos, las teorías revolucionarias no les sirven para nada.
Paidocracia
(Gobierno de los jóvenes)
El escritor argentino Adolfo Bioy Casares narra en su novela Historia de la guerra del cerdo la lucha a muerte desatada entre jóvenes y viejos. Los primeros le declaran la guerra a los últimos. En una ciudad sitiada, donde los imberbes son mayoría. Este factor indica que nos encontramos en una ciudad latinoamericana. Donde la juventud no ha sido masacrada en dos guerras mundiales. El viejo continente es un continente de viejos. Sin temor a caer en determinismos positivistas, puede decirse que existen condiciones para la proliferación de nuevos retoños que se multiplican a mediano plazo en Latinoamérica. La frontera donde la juventud termina se vuelve cada día más pequeña. Los jóvenes, en un acto fallido de autodestrucción, le imponen límites a la edad. Para ellos, un hombre de cincuenta años es un viejo. En una sociedad capitalista como la nuestra, cuya dinámica desde lo más simple a lo más complejo se basa en contradicciones; desde las originadas por la propiedad de los medios de producción hasta el machismo que establece una oposición de géneros. La competencia y la ventaja forman parte de la doctrina pública y privada del capitalismo. En este punto, la doctrina capitalista liberal y neoliberal echa mano de las teorías planteadas por Charles Darwin. El concepto de evolución como algo indefectible e inexorable. Punto en el cual diverge la opinión de Sigmund Freud, pues, éste considera la posibilidad de regresiones. Esto significa, entre otras cosas, que el hecho de ser joven no representa ninguna garantía de evolución. Puede darse el caso contrario. Suceder que la regresión nos lleve a etapas que creíamos superadas. Etapas crueles de la humanidad que sólo adjudicamos a épocas pretéritas sin parar mientes en nuestro mundo. Nuestras mejores fantasías de felicidad las depositamos en el futuro de nuestros hijos. Aquí convergen el instinto de supervivencia y la civilización. La anomalía surge cuando eso que llamamos cultura corre el riego de perecer a manos de sus creadores, es decir, los hombres. La guerra irrumpe en tal sentido. Cualquier guerra. Pero la guerra entre jóvenes y viejos es otra cosa. Ya no se trata de una pelea en contra de una etnia, una nación u otro país. Una guerra entre Tirios y Troyanos. Ahora se trata de una guerra en contra propia. Una guerra despiadada que termina cuando la juventud comienza a marchitarse. Cualquier parecido con nuestras realidades no es coincidencia. El gobierno de los jóvenes extiende sus tentáculos a través de los laberintos de los barrios mortaja. Armados hasta los dientes, los chamos montan alcabalas y viajan en el Lincolt de la muerte. Son poder. Más peligrosos que un malandro viejo. Arteros. Pueden adaptarse a las condiciones de las ratas. Seguir la ruta oscura de los siglos. Apoderarse de zonas nauseabundas donde la luz no penetra por el espesor de las eses. Mantienen el instinto de la manada que el adulto delincuente ha perdido. Atacan en grupo como chacales. Son una fuerza ciega, sanguinaria, que carece por completo de un sentido político. Esta juventud atosigada de pornografía y crack que se masacra. La lumpen adolescencia: representa un sector considerable de la población cuyo exterminio resulta a todas luces cotidiano. Una juventud sacrificada a los carteles de la droga. La prostitución y el crimen organizado. La policía corrupta. Son los desechables. Pixotes. Niños de la calle. Huelepega. La patria tierna que se mece al compás de hojillas y venenos. Huérfanos de la sociedad.
Patria, reggaeton o muerte
Entre rumba y revolución no hay contradicción. Lema puesto en boga por uno de los líderes de la juventud emergente. Juventud relativa. Fuera de lote. Ex diputado. Ex alcalde. Intersexual adiposo. Habitué de Sabana Grande. Prueba contundente de que no es suficiente haber leído a Marx y a Lenin y a Trostki y a Rosa Luxemburgo y al Che Guevara para ser un revolucionario. Esto no garantiza que la persona que los lea se convierta automáticamente. Pues, no asegura, per se, una comprensión de la realidad. Entre el dicho y el hecho hay mucho trecho. Una cosa es la Teoría y otra el oficio de vivir. Nuestro intersexual se rodeó de muchachitas y muchachitos. Todos perreaban con furia el reggaeton. Inducidas e inducidos. Las Bacantes y Los Bacantes. Entre la psicodelia y la quincallería revolucionaria. Boutiques. Donde encuentra usted un abigarrado barroquismo. Franelas, bufandas, boinas, pulseras, relojes, medias, zapatos rojos, lentes rojos, pitos rojos, pintas rojas y cacatúas rojas. Inundación de la imagen desbordada en un solo color. Del rojo al rojo. La imagen (el puro color es imagen desbordada) resta reflexión. Paul Virilo. La revolución concebida como una fiesta rave. Nunca termina. La rumba deviene en revolución permanente. Trotsky. Estridencia. Paroxismo. Babelia de la noche roja.
Carta a un joven poeta
Bobby, te fuiste de bruces. Mordiste el peine. Quien te mandó a renunciar. Ahora cómo harás cuando actúes en público y compruebes que no hay público porque tampoco hay espectáculo porque tampoco hay escenario. Tu gloria duró lo que dura el espabile de un cura loco. Yo recuerdo cuando eras el rey de la partida. Nadie te igualaba. El tamañote sin duda te ayudaba. Y esa crin que últimamente te amarrabas con una especie de bandó, como los que usaba Simone de Beauvoir. Sí. Es verdad. Nunca tuviste la culpa de tus desaciertos. Tus errores fueron sarna de otra peste. Un sarampión que te dio y punto. Tú no tienes la culpa, Bobby. Ni tus amiguetes. La culpa la tengo yo, Bobby. Por no haberte comprendido. Por no haberte adoptado como a un cachorro. Por no entender que tú estabas fuera de toda lógica. Como un perro bravo. Gruñes desde tu casita rodeada de médanos y chivas y burras. Maldices mi existencia y derramas pucheros. Los cujíes lloran de dolor. Pero todos sabemos que tú no tuviste la culpa. Fue otro y no tú quien se portó mal. Quien se traicionó. Nosotros lo sabemos. Y por eso asumimos todas tus responsabilidades. Las hipotecamos. Haremos nuestras tus responsabilidades. Exceptuando a tu mujer, a quien, por cierto, le pusiste cuernos hasta que te cansaste, delante de todos. Por eso, Bobby, no te preocupes. Ya tendrás tiempo para reflexionar, cuando recuerdes, en las tardes de tu desempleo, tus correrías infantiles detrás de las burras. Con tu papá. Quien te enseñó a maniatarlas. Rozarles el filo del lomo con una botella o un palo y zas. Que tiernos tiempos aquellos. Asopado en lágrimas ves la vida por la lente de un culo de botella. Caíste. Bobby. No lo niegues. Tu mismo. Tu solito. Te metiste una zancadilla. Sabes por qué. Porque te creías la tapa del frasco. Por fortuna cuentas con gente como yo. Capaces de hacer suyas tus metidas de pata. Hacerlas más democráticas. Te lo prometo, Bobby. Socializaremos tus errores, tu incompetencia, tus borracheras, tus risitas, tus burlas, tus balbuceos de canalla, tus libros con la firma de José Saramago. Ya sé que comenzaste y que aún no has terminado con el cocuy. Casi muerdes la botella. En aquella taguarita misericordiosa, abrazado a una de esas rockolas que tienen fundillo de madama. Moco a moco. Pidiendo cacao. Pero todavía tienes chance. Además, la suerte para ti es asunto de rutina. Te quedan unos cobres de la liquidación. Para gastarlos en la zona franca y el puerto libre. Y agarrar una pea monumental que te dure tres días con sus soles y sus lunas. Y sus estrellas rotas sobre el pavimento. Porque nosotros tuvimos la culpa, Bobby. Más nadie que nosotros. Y especialmente yo. Lo reconozco. Y por eso siento pena por ti, Bobby. Porque yo sé que tú no eres del todo perverso. Lo que pasa es que de tanto andar con burras por esos precipicios de cardones y arenales te volviste burro. Pero tú no lo sabías. A ti, Bobby, te pasó lo mismo que al personaje del Satiricón de Petronio. Que se convirtió en burro, después de haber bebido un bebedizo, y pagó su karma sin tener conciencia plena de su condición de burro. O de asno, mejor dicho. Ya tu metamorfosis se ha llevado a cabo. Bobby. Date cuenta. No eres el mismo de antes. Cada porción de tiempo tiene precio. Dime, Bobby: ¿Hasta cuándo serás un joven poeta?


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