viernes, 25 de marzo de 2011

Comunicación, conflictos y derechos humanos

Andrea Gago Menor
Revista pueblos
Si la vida es del color del cristal con que se mira, ¿de qué color es El País? ¿Y Público, Intereconomía, la COPE? ¿Qué gafas nos ponemos día tras día para enterarnos de lo que pasa en Palestina, en Honduras, en Brasil o en un país del que no habíamos oído nunca hablar? Son preguntas muy básicas para comenzar a pensar en comunicación, libertad de prensa y derechos humanos. Quizás por ser tan básicas nos olvidamos de ellas en numerosas ocasiones y quizás por eso también volvemos a recuperarlas cuando la realidad nos da una buena sacudida.
Los medios de comunicación configuran nuestra visión del mundo a niveles mucho más profundos de lo que podríamos pensar en principio. Nos aportan marcos, referencias, valores, construyen nuestros mitos. No nos informan, nos educan. Es el “gran malentendido” del que habla Margarita Rivière [1], quien afirma que “no es lo mismo educar a seres para la libertad y el desarrollo de sus capacidades humanas que a consumidores cuyo paraíso es el supermercado”.
Otra batalla sin equilibrio
Como en tantos otros espacios de las luchas sociales, la batalla por una información sincera y limpia se enfrenta a un enemigo tan enorme y de tantas caras que es difícil saber por dónde empezar. ¿Qué deberíamos atacar primero? ¿La propiedad e intereses empresariales de los medios de comunicación de masas? ¿Los programas de telebasura? ¿A quienes trabajan en los medios al servicio del capital, que se venden por un empleo? ¿O deberíamos olvidarnos de los medios de masas y dedicarnos a construir redes alternativas de comunicación? ¿Hasta cuándo nos van a dejar, si escogemos este camino?
El problema es que luchamos contra una parte de nosotros mismos si asumimos la tesis de Margarita Rivière, la de que los medios educan, y también la de que la educación nos socializa y hace personas (lo de que “nos hace libres” mejor vamos a dejarlo aparte). Es fácil comprobarlo. Si a un lector o lectora que tiene por Biblia El País se le comenta que en Cuba se celebran elecciones parciales cada dos años y medio y generales cada cinco, nos guste más o menos el sistema que tienen, ¿qué nos dirá? Que Cuba es una dictadura, que no se respetan los derechos humanos y que hay presos políticos (y esto, sin palabras “malsonantes”). Todavía no he encontrado excepción que confirme la regla.
Estos comportamientos están relacionados con los tres tipos de materiales básicos que conforman la opinión pública [2]: valores, disposiciones del grupo e intereses materiales personales. Según Manuel Castells, “los estudios disponibles muestran que las predisposiciones y valores (los ingredientes de la política simbólica) influyen más en la formación de la opinión política que el interés personal material. Al agudizarse el conflicto entre cognición y opinión (es decir, lo que ocurre en un ejemplo como el anterior), la gente “tiende a creer lo que quiere creer”.
Educomunicación como herramienta
Roberto Aparici [3] encuentra en la educomunicación, lo creado por la unión consciente y elaborada de la comunicación y la educación, una herramienta para que las personas puedan convertirse en “guardianes de la libertad” y analizar “cómo estamos siendo clonados ideológicamente sin que apenas nos demos cuenta”. Es decir, una herramienta para hacer frente al pensamiento único del que ya hablaba Ignacio Ramonet en 1995.
La educomunicación es un término amplio que puede trabajarse de maneras distintas y en distintos grados. Aparici, por ejemplo, habla de cuatro modelos de “educomunicadores”: quienes se dedican, sobre todo, a la enseñanza de la tecnología y de los medios para convertir a alumnos y alumnas en operadores técnicos; quienes realizan simulacros sobre la profesión periodística, director/a de cine o presentador/a de radio o televisión; quienes centran su trabajo en el análisis de medios; y, por último, quienes integran en sus planteamientos aspectos de los tres anteriores o partes de algunos de ellos.
En el camino
Este año que acaba de iniciarse es ya el tercero que la asociación de solidaridad, derechos humanos y cooperación para el desarrollo Paz con Dignidad [4] lleva a cabo en Castilla-La Mancha un proyecto vinculado estrechamente a la educomunicación. Estos proyectos han permitido ir concretando en la práctica la propuesta teórica de análisis de medios convencionales, el impulso de medios alternativos, el trabajo didáctico con jóvenes (especialmente) y la creación de redes para hacer que todo lo anterior tenga sentido.
Tras una experiencia en 2009 basada más en los tipos uno y dos de educomunicador de los que habla Aparici, en 2010 se presentó el curso de 150 horas “Comunicación, conflictos y derechos humanos. Papel y herramientas de los movimientos sociales y las organizaciones de desarrollo”. [5] El curso se abrió con una sesión sobre las relaciones Norte/Sur, la cooperación, las organizaciones no gubernamentales de desarrollo y los movimientos sociales; para luego dar paso a toda una jornada de trabajo sobre la realidad de los medios de comunicación (tipos y funcionamiento, género, la comunicación en cooperación y educación, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y el software libre).
A partir de ahí, la idea era profundizar en tres de los conflictos abiertos en la actualidad en el mundo: Colombia, Palestina y República Democrática del Congo (RDC). Son conflictos que, a grandes rasgos y si hacemos caso a los medios de comunicación- empresas, no tienen entre sí muchos puntos en común: en el primero de ellos las drogas juegan un papel fundamental; en el segundo es la religión la que tiene la culpa de la falta de entendimiento entre culturas; y el tercero se debe a la avaricia de las empresas (¡menos mal!) y a los gobiernos corruptos. Los conflictos sociales, políticos y económicos se reducen por tanto a varias imágenes sueltas (judíos, musulmanes, minas, guerrilla…).
Sin embargo, estos tres conflictos comparten muchos más elementos: llevan años ya activos; implican de manera relevante a actores de fuera de las fronteras (ya sean otros Estados, empresas multinacionales o ambas); han provocado y continúan provocando impresionantes movimientos de personas (desplazamientos internos forzados, numerosos refugiados y refugiadas); y han generado, en mayor o menor medida, luchas de resistencia y muestras de solidaridad internacional.
Preguntarse para comprender
Uno de los objetivos, por tanto, es promover que se deconstruya lo aprendido, lo asimilado a través del mensaje de los medios de comunicación de masas. El Diccionario de la Real Academia Española afirma que “desinformar” significa “dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines” y “dar información insuficiente u omitirla”; pero preferimos la definición de Miguel Romero [6], que nos dice que “hay que ‘desinformar’, es decir, romper la credibilidad de la ‘información’ que difunden los medios convencionales”.
Podemos comenzar preguntándonos, por ejemplo, cómo es posible que en los medios españoles se presente todos los días a Colombia como una democracia casi perfecta si el país tiene cuatro millones de personas desplazadas internas y más de 30.000 desaparecidos y desaparecidas forzadas [7]. Para Pascual Serrano [8], “sobre Colombia leer el periódico o ver la televisión es el mejor modo de no enterarse de qué sucede en ese conflicto”. Existe una distancia inmensa entre lo que cuenta el Gobierno colombiano, la prensa “empotrada” y los grupos empresariales, por un lado, y lo que del conflicto transmiten las organizaciones de derechos humanos, las y los sindicalistas, indígenas y campesinado, por otro.
Y ahora… ¿lo contamos?
¿Qué podemos hacer como ciudadanos y ciudadanas si sabemos que Estados Unidos creó numerosas bases militares en Uganda y Ruanda, en las que instruyó a los ejércitos de ambos países durante los años previos a los conflictos en los Grandes Lagos? [9] Podemos contarlo, a la vez que denunciamos que no sean los medios de comunicación convencionales los que lo cuenten.
Dar el salto de la teoría a la práctica, de la reflexión a la narración, es otra de las ideas que han guiado el trabajo enmarcado en estos proyectos de educomunicación. Para contarlo llegando a más personas hace falta conocer el medio a través del que se quiere transmitir el mensaje: saber cómo elaborar y distribuir un vídeo por Internet, atrevernos con lo básico para preparar una revista, un boletín o un programa de radio, etc.
La tercera clave de esta línea de trabajo es la de crear redes. Entre personas individuales, entre organizaciones sociales de diferente tipo, entre ciudadanía y universidad, ciudadanía y periodistas de los medios de comunicación locales, ciudadanía y prensa alternativa... Son muchos los ámbitos desde los que se pueden impulsar iniciativas de este tipo, y el de las llamadas organizaciones no gubernamentales de desarrollo es uno de ellos, siempre que entiendan su actividad, como explica Miguel Romero [10], “como un compromiso solidario, y por tanto radical y concretamente crítico, con los poderes establecidos y el modo de vida de los países del Norte.

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